En Colombia comienza a
parecer la ingeniaría a mediados del siglo XIX en un colegio militar, el cual
fue creado por el general Tomás Cipriano de Mosquera para formar los oficiales
del Estado Mayor y los ingenieros civiles.
A los casi 18 años de ser
impulsado el ferrocarril en Europa, la gran parte los egresados del Colegio
Militar estimularon el interés de los mandatarios regionales por la promoción
de líneas férreas, inicialmente orientadas a des embotellar el país mediante
los enlaces con los puertos marítimos y el río Magdalena. Para un largo
comienzo de cambios en el bienestar social de la nación .Un nombre conocido en
la historia de la ingeniería es Francisco Javier Cisneros, oriundo de Cuba,
hombre que se esmeró por diversos proyectos.
El siglo XX coincidió con la
cruenta guerra de los Mil Días, que paralizó el progreso nacional. Pero
entonces surgió la visión del general Rafael Reyes como jefe de Estado, que
continuó el desarrollo ferroviario e inició la era de las carreteras, una vez
difundido el invento del automóvil. La ingeniería colombiana recobró entonces
sus impulsos iniciales y los proyectó a lo largo de tres décadas, en que las
obras viales concentraron el esfuerzo realizador y el desarrollo tecnológico,
con la iniciación de los pavimentos y la instalación de grandes puentes
metálicos, que después evolucionaron hacia las estructuras de hormigón armado.
Paralelamente, desde la
década de los años veinte se promovió la rectificación del río Magdalena y la
apertura de las Bocas de Ceniza para realizar el puerto de Barranquilla, que
complementara las facilidades de Cartagena, Santa Marta y Buenaventura,
simultáneamente expedidas para habilitar el desarrollo del comercio
internacional.
Este proceso de la
ingeniería de obras públicas inició su diversificación en la década de los años
cuarenta con las primeras centrales hidroeléctricas, construidas en los saltos
de Guadalupe y Tequendama, además de las obras sanitarias de las ciudades
principales y las irrigaciones en los llanos del Tolima. Entonces penetró la
técnica extranjera y se produjo la especialización profesional de los
ingenieros colombianos.
También penetraron las
técnicas modernas de construcción de vías, al promoverse el ferrocarril del
Atlántico para la articulación de la red y modernizarse las especificaciones de
las carreteras por la misión Currie, que a mediados de 1950 evaluó y programó
el desarrollo de la infraestructura nacional.
Impulsó la ayuda financiera
del Banco Mundial, iniciada en 1951, y la del Banco Interamericano de
Desarrollo, que comenzó diez años después. La cooperación de estos organismos
se ha mantenido creciente durante el resto del siglo y ya registra un monto
global de unos US$ 8.000 millones, preferencialmente aplicados a la energía
eléctrica, las vías y las obras sanitarias.
Entre tanto, el marco
institucional ha tenido considerables transformaciones, desde la creación del
Ministerio de Obras Públicas en 1905, que inicialmente concentrara todas las
actividades de la ingeniería. Pero en la medida en que se diversificaba se
fueron creando nuevos organismos para desarrollar los servicios que habían
cobrado importancia. Así fueron creciendo el aparato estatal y las obligaciones
presupuestales, no sólo para realizar las obras, sino también para subsidiar a
las entidades deficitarias. Como resultado de este proceso se ha revivido el
sistema de las concesiones y la activa participación del sector privado en la
propiedad de las empresas públicas. Pero la ingeniería colombiana mantiene su
presencia activa en el desarrollo nacional.
Como verdaderos artífices
del desarrollo nacional. Son muchos los nombres que surgen a través de las
páginas de la historia, pero bien pueden sintetizarse en los principales
cultores de las varias disciplinas: Francisco José de Caldas como investigador
y astrónomo, Lino de Pombo como pionero de los estadistas, Juan N. González
Vásquez como realizador de ferrocarriles, Germán Uribe Hoyos como promotor de
las carreteras, Carlos Boshell Manrique como iniciador del desarrollo eléctrico
moderno, Julio Carrizosa Valenzuela como educador emérito y Carlos Sanz de
Santamaría como estadista de proyección internacional. Los tres primeros
nombres surgen del pasado y los cuatro últimos se ubican en el presente siglo como
sus dignos sucesores.
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